Hay una historia que leí en alguna parte narrada en forma de
chiste, pero que apunta a la creencia de mucha gente con respecto al concepto de la transformación en la vida personal. El chiste se refiere a un campesino de edad madura, quien nunca se había aventurado muy lejos de su finca y decidió ir a la gran ciudad con su familia para pasar algunos días en un hotel de lujo. Cuando entró en el vestíbulo del hotel, se encontró de inmediato frente a la puerta del ascensor que en ese momento se abrió de repente. Notó a una señora mayor, pasadita de kilos, entrar en el ascensor y como la puerta se cerró tras ella. Minutos más tarde, la puerta del ascensor se abrió de nuevo para dejar salir, esta vez, a una bella y esbelta joven. El campesino agarró el brazo de su hijo menor y con ojos sorprendidos le dijo que fuera a llamar a su mamá para que se metiera en esa puerta. La transformación de nuestras vidas no es tan fácil.
Mucha gente quisiera que el cuento fuera cierto y la
transformación de sus vidas fuera tan fácil como meterse por la puerta de un ascensor y salir más tarde diferente de como entró.
En los primeros días de enero se hacen las características resoluciones de año nuevo para dejar atrás atributos que hasta para ellos mismos son odiosos. La mayoría de estas resoluciones no van más allá del mes de enero. Por más decidida y disciplinada que sea una
persona, el cambio de su naturaleza no es posible.
En los últimos años han aparecido los llamados “gurús” de autoayuda y superación personal ofreciendo consejos para lograr cambios en la personalidad y mejorar las condiciones de vida de las personas. En verdad hay principios básicos que funcionan en el mundo secular y que ayudan a las personas a “mejorar” y, si se practican regularmente, lograrán cambios de actitud con resultados favorables. Sin embargo, todo se queda en el nivel superficial del alma, y esos cambios son determinados por la capacidad de cada persona para lograrlos. En realidad no tienen el poder de cambiar la naturaleza humana, únicamente cambian algunos patrones de comportamiento exterior y quizá ayude a presentar una personalidad agradable para otros. El problema con esto es llegar a creer que por haber superado algunas deficiencias superficiales, el individuo ha cambiado y es interiormente una persona diferente.
Por ejemplo, establecer objetivos, planificar, controlar
actividades, hacer su trabajo con excelencia y otros principios como estos producen resultados positivos, pero no cambian la naturaleza viciada y auto- destructiva del hombre. El funcionamiento de estos preceptos en cualquier dimensión de la vida, obtendrá una buena cosecha en esa dimensión en particular (ver Gálatas 6.7). Pero, la transformación de la que hablamos aquí va más allá del plano
superficial y el ser humano no tiene el poder de transformarse a sí mismo. Sólo Dios puede hacerlo.
Transformación con resultados eternos
Algunos de los seminarios de autoayuda van dirigidos a producir prosperidad en el mundo material. La
premisa es que si la persona se convierte en una persona con un carácter atractivo, positivo y asertivo, eso le facilita el camino para alcanzar el éxito en el mundo de los negocios. Pero Jesús dijo en Lucas 9.25: “¿Qué aprovecha al hombre si gana todo el mundo y se destruye o se pierde a sí mismo?” Para ilustrar esta verdad, el Señor cuenta la historia de un hombre exitoso en su empresa, pero que dedicó tanto tiempo a acumular bienes que no puso atención a su vida espiritual y perdió su alma. El Señor llama necio a este hombre (ver Lucas 12.18) y, en consecuencia, a todos los que hacen lo mismo. Sabemos que este hombre no perdió su alma porque tuviera muchos bienes. Dios se deleita en el bienestar de sus criaturas, incluyendo el material. La Biblia no critica a las personas que tengan recursos materiales en abundancia cuando estos se hayan obtenido por medios legítimos y, particularmente cuando estos se dispongan para usarlos en el reino de Dios. Él mismo bendijo con medios materiales, más allá de lo común, a algunos como Abraham, David y Salomón. Estos usaron sus bendiciones en la extensión del reino de Dios y para bendecir a otros. Lucas 12 se refiere a alguien que en su egoísmo no tomó en cuenta a Dios ni le agradeció (ver Romanos 1.21).
El poder transformador está en Cristo
2a Corintios 5.17 dice: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es:
las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas”. Esta transformación hace que el hombre viejo sea repuesto por uno nuevo. No hay poder en el mundo que pueda lograrlo. El apóstol está hablando por experiencia personal. Su vida, al igual que la de todos aquellos que hemos recibido a Cristo en nuestro corazón, tiene un antes y un después. Muchos de estos cambios fueron inmediatos, otros, más acorde con el grado de madurez
logrado a través de servicio abnegado y experiencias a lo largo del camino. Experiencias que lo llevaron a sufrir persecuciones, azotes, naufragios y más (vea 2a Corintios 11). La transformación para bien la realizó el Señor; los sufrimientos fueron los medios que usó. Los sufrimientos nunca nos dejan igual. Pero el cambio para bien sólo lo puede lograr el Señor.
Esto se complica aún más cuando entendemos que la escritura
habla de transformación y no de remodelación o regeneración. Transformar es convertir una cosa en otra.1 Remodelar es tomar los elementos existentes y reestructurarlos de otra manera.2 Regenerar es volver a poner en buen estado, o mejorar una cosa degenerada o gastada. Tratar materias gastadas para que puedan servir de nuevo: regenerar el caucho.3 El Señor transforma, la autoayuda remodela e
intenta regenerar, pero sólo el Señor transforma. “Todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor” (2a Corintios 3.18).
El hombre viejo degenerado no se puede reformar ni
mejorar. Dios tiene la solución: hay que terminar con él y comenzar de nuevo con otra criatura. Sólo así logramos escapar de su dominio y sólo la “acción del Espíritu del Señor” puede lograrlo.
Transformación del pasado
El pasado puede ser de ayuda o de tropiezo en nuestro
presente. Sólo podemos vivir en el presente y este nos prepara para el futuro. Los asuntos que no se resuelven hoy, cualquiera sea la razón, se quedan en el pasado y estos impiden nuestro progreso cuando queremos proyectarnos hacia el futuro. Esto ocurre porque Dios no permite que las cosas se queden inconclusas; es decir, tienen que tener un cierre o una conclusión para poder continuar progresando.
Filipenses 3.13-15 dice:
“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios”.
Pablo dice que para seguir adelante es necesario llevar las cosas a un cierre para que no sigan estorbando en el presente. La vida no permite dejar asuntos inconclusos en el pasado. Es difícil si no imposible avanzar hacia el futuro cuando tenemos que lidiar con asuntos del pasado en el presente. Pablo tuvo que concluir con un pasado escabroso. Como fue su consentimiento en la muerte de Estaban, por ejemplo (ver Hechos 7).
No sólo afecta lo vergonzoso que se haya hecho en el pasado. También afecta lo que otros o la vida nos han hecho. Abuso físico o emocional sufrido, pérdida de un ser querido, ofensas recibidas, conflictos sin resolver. Muchas veces, estas heridas no sanan y el efecto negativo causado al principio continúa acumulándose hasta convertirse en un gran peso que nos impide seguir adelante. En algunos casos, la solución es muy sencilla: podemos pedir perdón a Dios por las ofensas que cometimos y podemos perdonar las ofensas recibidas. Otras son más difíciles de resolver. Todas tienen que cubrirse con la sangre de nuestro Señor.
Poniendo el pasado bajo la sangre
Todos tenemos que contender con los llamados mecanismos de defensa. Esto a simple vista pareciera algo bueno, pero en realidad son los elementos que nos impiden dejar el pasado en el pasado. Algunos de estos son: la negación de nuestra responsabilidad en el conflicto, la falta de perdón, el deseo de venganza, rencores y otros. Por otra parte, hay dos medios esenciales que La Biblia nos enseña para tratar con las ofensas del pasado: la confesión y el perdón.
La confesión
La Biblia dice en Santiago 5.16: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”. La confesión es primeramente
una admisión sincera de que tenemos un problema que no podemos resolver; entonces acudimos a Dios para que nos ayude a llevarlo a una conclusión o cierre con la persona que herimos o que nos hirió. No podemos hacer esto si tomamos las herramientas de la carne para tratarlo. La tendencia natural si somos los ofensores es negar que la cometimos, y si somos los ofendidos es no perdonar y negar que la falta de perdón nos está afectando. La confesión admite que hemos ofendido o que nos sentimos ofendidos.
La confesión saca el pasado de la oscuridad y lo trae a la luz.
Mientras está en la oscuridad, el diablo tiene dominio sobre la situación y nos afecta poniendo una pesada carga de culpa imposible de llevar. Para muchas personas esta carga es demasiado pesada y sufren trastornos mentales y emocionales. Cuando el problema es traído a la luz, entra en el campo de acción de Dios y él rompe las cadenas.
La confesión hecha a Dios siempre trae resultados beneficiosos e inmediatos
La confesión hecha a Dios siempre trae resultados beneficiosos e
inmediatos. La Biblia también nos manda a confesar las ofensas unos a otros. Esto bien pudiera ponernos en una situación vulnerable ya que no sabemos cómo será la reacción de los otros. No obstante, estamos sacando nuestras ofensas a la luz y el Señor levantará el peso de la culpa de nuestro corazón. Confesar y perdonar son acciones que realizamos para beneficio personal.
Para algunos la confesión de sus pecados no es tan difícil y están prontos a admitirlos, pero para ellos el perdonar es otra cosa. Perdonar es “renunciar a obtener satisfacción o venganza de una ofensa recibida, no guardando
resentimiento ni rencor: perdonó el daño que le habían hecho.”4
Sólo cuando amamos estamos más cerca a ser como Dios que cuando perdonamos. Es más las dos cosas vienen juntas (ver Juan 3.16). En el acto de perdonar Dios nos concede el poder de levantar la carga de culpa del ofensor. Pero también libera al perdonador de los resultados que tienen emociones negativas como el resentimiento y el rencor. Mucho de lo que nos ata al pasado es la falta de perdonar a quienes cometieron injurias contra nosotros. Hay personas que no perdonan porque no “sienten” perdonar. No se trata de sentir; se trata de obedecer al Señor que nos mandó a perdonar:
“Dijo Jesús a sus discípulos: «Imposible es que no vengan
tropiezos; pero ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos. ¡Mirad por vosotros mismos! Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo».
Hoy, usted es el producto de lo que ha hecho y le han hecho. A muchos no les gusta en lo que se han convertido y hacen múltiples esfuerzos para cambiar. Lo viejo no se quiere ir y lo nuevo parece fuera de su alcance. El poder para transformar tiene que ser omnipotente. Es precisamente lo que Pablo reclama en 2a Corintios 5.17: un pasado cerrado y una obra que nos transforma en nuevas personas.
Sin confesión y perdón no podremos liberarnos de las ofensas del
pasado.
El perdón de Cristo es total
La transformación efectuada por Cristo trata con la realidad del pecado y sus efectos. El pecado y sus efectos están atrincherados en el hombre “viejo”, el Señor nos ofrece ocuparse de este. Las cosas viejas tienen que quedarse en el pasado para que todo sea hecho nuevo. No hay progreso a lo “nuevo” sin el perdón de lo “viejo”, y ese perdón debe ser cabal, completo.
Pocos meditan sobre los efectos del pecado cuando lo están
cometiendo. La agonía es que una vez cometido, no se puede anular. No tenemos la capacidad de volver atrás y hacer algo diferente. Es necesario dárselo al Señor quien sí puede ir atrás en el tiempo y poner bajo su sangre toda acción indebida. Una característica del pecado es que adquiere tal dominio que no podemos dejar de cometerlo. El resultado del pecado son los daños morales que nos causa a nosotros y a otros. Más importante que todo, nos separa de Dios y de las cosas buenas que él quiere darnos, pero que no estamos en condiciones de recibir. El hombre, la mujer no puede hacer nada para acabar esta separación. El hombre viejo se hace más viejo y no podemos escapar de su dominio. Pero en Cristo siempre hay una respuesta. Él ya hizo lo que nosotros no podemos. Otra vez 2a Corintios 5 dice en el versículo 19: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados”. ¿Cómo lo hizo? “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado (v.21), y si uno murió por todos, luego todos murieron” (v.14).
Romanos 6:23 asegura: la paga del pecado es muerte. Esta muerte es
doble: física y espiritual. Nacemos ya con la sentencia de muerte por el pecado de Adán, pero nos acercamos más a ese final funesto con cada pecado cometido. La solución es la muerte de Jesús en la cruz por nuestros pecados. En un acto supremo de sacrificio, el Señor tomó todos los pecados de la humanidad y los clavó en la cruz (vea Colosenses 2.14); así limpió el pecado del mundo. “Si uno murió por todos, luego todos murieron” (2a Corintios 5.14). Eso incluye los pecados cometidos por usted y contra usted. El poder maravilloso está en lo que Cristo hizo en la cruz. Provee el perdón completo.
Criaturas nuevas con potestad nueva
Hay dos declaraciones muy significativas en 2a Corintios que dicen “en Cristo”: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (v.17). Esta palabra criatura viene de la misma expresión usada en Génesis donde Dios creó el universo de la nada. El mismo poder de Dios en Cristo vuelve a formar una nueva raza. Cristo no sólo saca lo viejo viciado por el pecado, sino que trae lo nuevo, como si dijera otra vez: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Génesis 1.26.
La segunda declaración en el versículo 21 comunica el propósito de la obra de Cristo en la cruz: “Para que nosotros seamos justicia de Dios en él”. Es inconcebible llegar de otra manera a ser la “justicia de Dios”. La moralidad del hombre viejo es como trapos inmundos.
El poder de Cristo es el poder de su amor. El amor de Cristo nos
constriñe (v.14) a servirle con sacrificio, a compartir el mensaje de la reconciliación con otros. Es en este poder del amor que también somos embajadores de Cristo. Su transformación nos convierte en sus manos, sus pies, su voz. Esta nueva criatura en Cristo nos incluye en la reconciliación de un mundo quebrantado.
A veces la revelación de lo que es capaz esta nueva criatura no viene a algunos totalmente y, a pesar de ser salvos, continúan atrapados entre lo viejo y lo nuevo. Quieren que lo viejo se vaya, pero no se va, y lo nuevo parece estar en un futuro muy distante. Esto muestra una revelación de la obra de Cristo parcial o errada. La Biblia no dice que será una nueva criatura. Dice que es una nueva criatura con una nueva potestad para dominar su mundo espiritual. Esta nueva criatura tiene los mismos poderes que el Señor manifestó cuando vivió entre los hombres
La impotencia de las personas nacidas de nuevo de dominar su entorno físico y espiritual se debe a una mala interpretación de la palabra de Dios. Pierde de vista la efectividad presente de lo que el Señor hizo. Siguen viviendo en el pasado y anhelando un futuro con dominio. Ciertamente, cada día vamos creciendo más y más en esta nueva criatura y en este sentido mañana seremos más maduros que hoy. Pero otra cosa es creer que el poder de las nuevas criaturas está en el futuro.
Recordemos que no podemos alcanzar lo nuevo si todavía estamos aferrados a lo viejo o creemos que el hombre viejo no nos ha soltado. Hay un comportamiento que tiene que cambiar también. Tenemos que desacostumbrarnos a pensar y actuar como el hombre viejo. Tenemos que conocer las características de la nueva criatura y llegar al convencimiento de lo que Dios ha hecho en nosotros. Filipenses 3:12 dice: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”.
Pablo estaba decidido a dejarse agarrar por el Señor y no por el hombre viejo. No se puede vivir descuidadamente y esperar ser asido por Jesucristo. El conocimiento de estas palabras inspirados del apóstol no es suficiente para producir la transformación que el Señor tiene para nosotros. Tenemos que comprometernos a una vida de obediencia completa a Dios. Tenemos que dejar que Dios se encargue de nuestro pasado y proseguir a la meta. Esta es una acción que Dios no hace por nosotros.
Notas: 1, 2, 3,4 Diccionario Pequeño Larouse
Tomado de Revista Conquista Cristiana.
Autor: Hugo Zelaya. Pastor General IDP Nueva Esperanza, Fundador de la Fraternidad de Iglesias y Ministerios del Pacto que da cobertura a varias iglesias en Costa Rica. Actualmente reside con su esposa en Alajuela, Costa Rica.