[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][push h=»20″]El diccionario de la Real Academia Española define héroe de la siguiente manera: “Persona ilustre y famosa por sus hazañas o virtudes; quien lleva a cabo una acción heroica”. En la mitología antigua, un héroe era descendiente de los dioses y poseía poderes sobrehumanos, tal como Hércules. Nuestro concepto moderno de un héroe varía mucho – algunos piensan que los héroes son aquellos que alcanzan cierto éxito en su campo de actividad debido a sus habilidades especiales, siendo para todos un modelo a seguir.

Necesitamos más héroes en nuestros días. Sin embargo, si son ejemplos para la sociedad, ¿qué características queremos imitar de ellos? Nos atraen las historietas de superhéroes que vuelan por los aires salvando a los desvalidos y angustiados. Pero si permitimos que Hollywood sea la que determine la tipología del heroísmo actual como una especie de mitología moderna, no vamos a alcanzar la integridad y probidad que Dios espera de nosotros como sus hijos.

El concepto bíblico de héroe es muy diferente. Hebreos 11 nos da una lista extensa de héroes de la fe (aunque el título de héroe no se usa como tal), y sus “hazañas”. Habla del sacrificio en holocausto de Abel, del caminar de Enoc, la perseverancia de Noé, la obediencia de Abraham, la fuerza de Sara, la bendición de Isaac para su hijo Jacob, la visión de José, la identificación de Moisés con su pueblo, la jornada del pueblo de Israel, el socorro de Rahab, y los demás que alcanzaron notoriedad: Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas.

Un breve estudio de la vida de cada uno delataría sus debilidades, y en algunos casos, pecados gravísimos. Abraham mintió para protegerse del faraón; Jacob engañó a su padre para obtener su bendición; Moisés asesinó a un egipcio; el pueblo de Israel murmuró y practicó la idolatría; Rahab era prostituta; Gedeón era un miedoso; Sansón tenía una debilidad por las mujeres; David cometió adulterio y asesinato; Samuel permitió que la avaricia de sus hijos desvalorizara su servicio a Dios. Entonces, ¿qué se celebra de estos personajes? El consuelo es que a pesar de, y a veces debido a sus flaquezas, Dios los usó, lograron alcanzar cierta reputación, y fueron incluidos en esta lista de personajes célebres de la Biblia.

Lo que caracteriza a estos hombres y mujeres admirados no son sus poderes o habilidades especiales. No estaban exentos de cometer errores. No eran perfectos; no obedecieron siempre o en todo. La diferencia está en que las hazañas logradas dan testimonio del poder, la gracia y el favor de Dios, y no de sí mismos. No dependían de sus propias fuerzas. Eso me consuela, porque mis habilidades no son suficientes para hacer lo que Dios manda. Dios es el que toma la iniciativa de llamar a sus siervos y capacitarlos para cumplir sus designios. Somos llamados de las tinieblas a la luz para proclamar y demostrar su grandeza; y todo es por la misericordia de Dios (ver 1a Pedro 2:9, 10).

El ingrediente principal

Lo que distingue a estos personajes como héroes, es una medida de fe que los movió a la acción. El versículo 6 lo explica claramente: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios…” A pesar de que citamos este versículo a menudo, esta verdad tan sencilla nos elude a muchos, pensando que es nuestra actividad la que agrada a Dios. Lo cierto es que sin el ingrediente clave de la fe, nada podemos hacer para agradar a nuestro Padre.

La Biblia nos enseña que la fe es un don de Dios

La Biblia nos enseña que la fe es un don de Dios (1a Corintios 12:9). Cuando recibimos una revelación de la persona de Cristo, recibimos juntamente una medida de fe. Esa fe nos lleva a confesar nuestra necesidad de Él, y aceptar su sacrificio vicario en la cruz – es la fe salvadora. ¡Qué maravilloso es que Dios no sólo haya provisto la acción que salva al mundo (el sacrificio de su Hijo en la cruz), sino que nos da también la fe necesaria para hacerlo valer para nosotros!

Pero no termina allí. La fe también es un fruto del Espíritu (Gálatas 5:28). Un fruto, por definición, es parte de un proceso – es resultado de una serie de acciones específicas. Cuando el agricultor ara la tierra, siembra la semilla y la riega, espera una cosecha. La fe se produce y se fortalece cuando estamos en comunión con Dios. Jesús le dijo a sus discípulos: “porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). El contexto del pasaje es dar fruto y mantener una vida productiva, en obediencia y amor a Dios. El fruto sano de nuestra vida que agrada a Dios es el producido por la conexión que mantenemos con Él.[push h=»20″]